Arte popular hecho por manos peronistas ✌️

Mensaje Ambiental de Perón a los pueblos y gobiernos del mundo.

Mensaje Ambiental de Perón a los pueblos y gobiernos del mundo.

21.02.1972


Hace casi 30 años, cuando aún no se había iniciado el proceso de descolonización 

contemporáneo, anunciamos la Tercera Posición en defensa de la soberanía y 

autodeterminación de las pequeñas naciones, frente a los bloques en que se 

dividieron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy, cuando aquellas pequeñas naciones han crecido en número y constituyen el 

gigantesco y multitudinario Tercer Mundo, un peligro mayor –que afecta a toda la 

humanidad y pone en peligro su misma supervivencia- nos obliga a plantear la 

cuestión en nuevos términos, que van más allá de lo estrictamente político, que 

superan las divisiones partidarias o ideológicas, y entran en la esfera de las 

relaciones de la humanidad con la naturaleza.

Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo 

cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través 

de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los 

recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobreestimación de 

la tecnología, y de la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esa marcha, 

a través de una acción mancomunada internacional.

La concientización debe originarse en los hombres de ciencia, pero sólo puede 

transformarse en la acción necesaria a través de los dirigentes políticos. Por eso 

abordo el tema como dirigente político, con la autoridad que me da el haber sido el 

precursor de la posición actual del Tercer Mundo y con el aval que me dan las 

últimas investigaciones de los científicos en la materia.

El ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio que él 

mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo 

los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas 

catástrofes sociales para las próximas décadas.


La humanidad está cambiando las condiciones de vida con tal rapidez que no llega

a adaptarse a las nuevas condiciones. Su acción va más rápido que su captación de

la realidad y el hombre no ha llegado a comprender, entre otras cosas, que los

recursos vitales para él y sus descendientes derivan de la naturaleza y no de su

poder mental . De este modo, a diario, su vida se transforma en una interminable

cadena de contradicciones.

En el último siglo ha saqueado continentes enteros, y le ha bastado un par de

décadas para convertir ríos y mares en basurales, y el aire de las grandes ciudades

en un gas tóxico y espeso. Inventó el automóvil para facilitar su traslado, pero

ahora ha erigido una civilización del automóvil, que se asienta sobre un cúmulo de

problemas de circulación, urbanización, seguridad y contaminación en las

ciudades, y que agrava las consecuencias de la vida sedentaria.



Las mal llamadas "sociedades de consumo" son, en realidad, sistemas sociales de

despilfarro masivo, basados en el gasto porque el gasto produce lucro. Se

despilfarra mediante la producción de bienes innecesarios o superfluos y, entre

estos, a los que deberían ser de consumo duradero, con toda intención se les asigna

corta vida porque la renovación produce utilidades. Se gastan millones en

inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para reemplazar los

bienes dañinos para la salud humana, y hasta se apela a nuevos procedimientos

tóxicos para satisfacer la vanidad humana. Como ejemplo bastan los autos actuales

que debieran haber sido reemplazados por otros con motores eléctricos, o el tóxico

plomo que se agrega a las naftas simplemente para aumentar el pique de los

mismos.



No menos grave resulta el hecho de que los sistemas sociales de despilfarro de los

países tecnológicamente más avanzados funcionan mediante el consumo de

ingentes recursos naturales aportados por el Tercer Mundo. De este modo el

problema de las relaciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble:

algunas clases sociales –las de los países de baja tecnología en particular- sufren los

efectos del hambre, del analfabetismo y las enfermedades, pero al mismo tiempo

las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento

de los primeros, tampoco están racionalmente alimentados, ni gozan de una

auténtica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana. Se debaten en medio

de la ansiedad y del tedio y los vicios que produce el ocio mal empleado.

Lo peor es que, debido a la existencia de poderosos intereses creados o por la falsa

creencia generalizada de que los recursos naturales vitales para el hombre son

inagotables, este estado de cosas tiende a agravarse. Mientras un fantasma –el

hambre- recorre el mundo devorando 55 millones de vidas humanas cada 20

meses, afectando hasta a países que ayer fueron graneros del mundo y amenazando

expandirse de modo fulmíneo en las próximas décadas, en los centros de más alta

tecnología se anuncia, entre otras maravillas, que pronto la ropa se cortará con

rayos láser y que las amas de casa harán sus compras desde sus hogares por

televisión y las pagarán mediante sistemas electrónicos. La separación dentro de la

humanidad se está agudizando de modo tan visible que parece que estuviera

constituida por más de una especie.


El ser humano, cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades

que están en la base de su existencia. Y así, mientras llega a la Luna gracias a la

cibernética, la nueva metalurgia, combustibles poderosos, la electrónica y una serie

de conocimientos teóricos fabulosos, mata el oxígeno que respira, el agua que bebe

y el suelo que le da de comer, y eleva la temperatura permanente del medio

ambiente sin medir sus consecuencias biológicas. Ya en el colmo de su insensatez,

mata al mar que podía servirle de última base de sustentación.

En el curso del último siglo el ser humano ha exterminado cerca de doscientas

especies animales terrestres. Ahora ha pasado a liquidar las especies marinas.

Aparte de los efectos de la pesca excesiva, amplias zonas de los océanos,

especialmente costeras, ya han sido convertidas en cementerios de peces y

crustáceos, tanto por los desperdicios arrojados como por el petróleo

involuntariamente derramado. Sólo el petróleo liberado por los buques cisterna

hundidos ha matado en la última década cerca de 600.000 millones de peces.

Sin embargo seguimos arrojando al mar más desechos que nunca, perforamos miles de

pozos petrolíferos en el mar o sus costas y ampliamos al infinito el tonelaje de los

petroleros sin tomar medidas de protección de la fauna y la flora marinas.

La creciente toxicidad del aire de las grandes ciudades es bien conocida, aunque

muy poco se ha hecho para disminuirla. En cambio, todavía ni siquiera existe un

conocimiento mundialmente difundido acerca del problema planteado por el

despilfarro de agua dulce, tanto para el consumo humano como para la agricultura.

La liquidación de aguas profundas ya ha convertido en desiertos extensas zonas

otrora fértiles del globo, y los ríos han pasado a ser gigantescos desagües cloacales

más que fuentes de agua potable o vías de comunicación. Al mismo tiempo, la

erosión provocada por el cultivo irracional o por la supresión de la vegetación

natural se ha convertido en un problema mundial, y se pretende reemplazar con

productos químicos el ciclo biológico del suelo, uno de los más complejos de la

naturaleza. Para colmo, muchas fuentes naturales han sido contaminadas; las

reservas de agua dulce están pésimamente repartidas por el planeta, y cuando nos

quedaría como último recurso la desalinización del mar nos enteramos que una

empresa de este tipo, de dimensión universal, exigiría una infraestructura que la

humanidad no está en condiciones de financiar y armar en este momento.

Por otra parte, a pesar de la llamada revolución verde, el Tercer Mundo todavía no

ha alcanzado a producir la cantidad de alimentos que consume, y para llegar a su

autoabastecimiento necesita un desarrollo industrial, reformas estructurales y la

vigencia de una justicia social que todavía está lejos de alcanzar. Para colmo, el

desarrollo de la producción de alimentos sustitutivos está frenada por la

insuficiencia financiera y las dificultades técnicas.

Por supuesto todos estos desatinos culminan con una tan desenfrenada como

irracional carrera armamentista que le cuesta a la humanidad 200.000 millones de

dólares anuales.



A este maremagno de problemas creados artificialmente se suma el crecimiento

explosivo de la humanidad. El número de seres humanos que puebla el planeta se

ha duplicado en el último siglo y volverá a duplicarse para fines del actual o

comienzos del próximo, de continuar la actual "ratio" de crecimiento. De seguir por

este camino, en el año 2500 cada ser humano dispondrá de un solo metro cuadrado

sobre el planeta. Esta visión global está lejana en el tiempo, pero no difiere mucho

de la que ya corresponde a las grandes urbes, y no debe olvidarse que dentro de

veinte años más de la mitad de la humanidad vivirá en ciudades grandes y

medianas.

Es indudable, pues, que la humanidad necesita tener una política demográfica. La

cuestión es que aun poniéndola en práctica, ya con el retardo con que

comenzaremos, no producirá sus efectos antes de fin de la década en materia

educativa, y antes del fin de siglo en materia ocupacional. Y que además una

política demográfica no produce los efectos deseados si no va acompañada de una

política económica y social correspondiente. De todos modos, mantener el actual

ritmo de crecimiento de la población humana es tan suicida como mantener el

despilfarro de los recursos naturales en los centros altamente industrializados

donde rige la economía de mercado, o en aquellos países que han copiado sus

modelos de desarrollo. Lo que no debe aceptarse es que la política demográfica esté

basada en la acción de píldoras que ponen en peligro la salud de quienes la toman o

de sus descendientes.

Si se observan en su conjunto los problemas que se nos plantean y que hemos

enumerado comprobaremos que provienen tanto de la codicia y la imprevisión

humanas, como de las características de algunos sistemas sociales, del abuso de la

tecnología, del desconocimiento de las relaciones biológicas y de la progresión

natural del crecimiento de la población humana. Esta heterogeneidad de causas

debe dar lugar a una heterogeneidad de respuestas, aunque en última instancia

tengan como denominador común la utilización de la inteligencia humana. A la

irracionalidad del suicidio colectivo debemos responder con la racionalidad del

deseo de supervivencia.

Para poner freno e invertir esta marcha hacia el desastre es menester aceptar

algunas premisas:



1. son necesarias y urgentes: una revolución mental en los hombres, especialmente

en los dirigentes de los países más altamente industrializados; una modificación de

las estructuras sociales y productivas en todo el mundo, en particular en los países

de alta tecnología donde rige la economía de mercado, y el surgimiento de una

convivencia biológica dentro de la humanidad y entre la humanidad y el resto de la

naturaleza;

2. esa revolución mental implica comprender que el hombre no puede reemplazar a

la naturaleza en el mantenimiento de una adecuado ciclo biológico general; que la

tecnología es un arma de doble filo; que el llamado progreso debe tener un límite y

que incluso habrá que renunciar a algunas de las comodidades que nos ha brindado

la civilización; que la naturaleza debe ser restaurada en todo lo posible, que los

recursos naturales resultan agotables y por lo tanto deben ser cuidados y

racionalmente utilizados por el hombre; que el crecimiento de la población debe

ser planificado sin preconceptos de ninguna naturaleza, que por el momento más

importante que planificar el crecimiento de la población es aumentar la producción

y mejorar la distribución de alimentos y la difusión de servicios sociales como la

educación y la salud pública, y que la educación y el sano esparcimiento deberán

reemplazar el papel que los bienes y servicios superfluos juegan actualmente en la

vida del hombre;

3. cada nación tiene derecho al uso soberano de sus recursos naturales. Pero, al

mismo tiempo, cada gobierno tiene la obligación de exigir a sus ciudadanos el

cuidado y utilización racional de los mismos. El derecho a la subsistencia individual

impone el deber hacia la supervivencia colectiva, ya se trate de ciudadanos o

pueblos;

4. la modificación de las estructuras sociales y productivas en el mundo implica que

el lucro y el despilfarro no pueden seguir siendo el motor básico de sociedad

alguna, y que la justicia social debe erigirse en la base de todo sistema, no sólo para

beneficio directo de los hombres sino para aumentar la producción de alimentos y

bienes necesarios; consecuentemente, las prioridades de producción de bienes y

servicios deben ser alteradas en mayor o menor grado según el país de que se

tratare. En otras palabras: necesitamos nuevos modelos de producción, consumo,

organización y desarrollo tecnológico que, al mismo tiempo que den prioridad a la

satisfacción de las necesidades esenciales del ser humano, racionen el consumo de

recursos naturales y disminuyan al mínimo posible la contaminación ambiental;

5. necesitamos un hombre mentalmente nuevo en un mundo físicamente nuevo. No

se puede construir una nueva sociedad basada en el pleno desarrollo de la

personalidad humana en un mundo viciado por la contaminación del ambiente,

exhausto por el hambre y la sed y enloquecido por el ruido y el hacinamiento.

Debemos transformar a las ciudades cárceles del presente en las ciudades jardines

del futuro;

6. el crecimiento de la población debe ser planificado, en lo posible de inmediato,

pero a través de métodos que no perjudiquen la salud humana, según las

condiciones particulares de cada país (esto no rige para Argentina, por ejemplo) y

en el marco de políticas económicas y sociales globalmente racionales;

7. la lucha contra la contaminación del ambiente y de la biosfera, contra el

despilfarro de los recursos naturales, el ruido y el hacinamiento de las ciudades y el

crecimiento explosivo de la población del planeta, debe iniciarse ya a nivel

municipal, nacional e internacional. Estos problemas, en el orden internacional,

deben pasar a la agenda de las negociaciones entre las grandes potencias y a la vida

permanente de las Naciones Unidas con carácter de primera prioridad. Este, en su

conjunto, no es un problema más de la humanidad, es el problema;

8. todos estos problemas están ligados de manera indisoluble con el de la justicia

social, el de la soberanía política y la independencia económica del Tercer Mundo, y

la distensión y la cooperación internacionales;

9. muchos de estos problemas deberán ser encarados por encima de las diferencias

ideológicas que separan a los individuos dentro de sus sociedades o a los Estados

dentro de la comunidad internacional.


Finalmente deseo hacer algunas consideraciones para nuestros países del Tercer Mundo:


1. debemos cuidar nuestros recursos naturales con uñas y dientes de la voracidad

de los monopolios internacionales que los buscan para alimentar un tipo absurdo

de industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología donde rige la

economía de mercado. Ya no puede producirse un aumento en gran escala de la

producción alimenticia del Tercer Mundo sin un desarrollo paralelo de las

industrias correspondientes. Por eso cada gramo de materia prima que se dejan

arrebatar hoy los países del Tercer Mundo equivale a kilos de alimentos que

dejarán de producir mañana;

2. de nada vale que evitemos el éxodo de nuestros recursos naturales si seguimos

aferrados a métodos de desarrollo, preconizados por esos mismos monopolios, que

significan la negación de un uso racional de aquellos recursos;

3. en defensa de sus intereses, los países deben propender a las integraciones

regionales y a la acción solidaria;

4. no debe olvidarse que el problema básico de la mayor parte de los países del

Tercer Mundo es la ausencia de una auténtica justicia social y de participación

popular en la conducción de los asuntos públicos. Sin justicia social el Tercer

Mundo no estará en condiciones de enfrentar las angustiosamente difíciles décadas

que se avecinan.

La humanidad debe ponerse en pie de guerra en defensa de sí misma. En esta tarea

gigantesca nadie puede quedarse con los brazos cruzados. Por eso convoco a todos

los pueblos y gobiernos del mundo a una acción solidaria.




Mi carrito